Baquero Benítez, José María

José María Baquero Benítez

Sacerdote (1910-1979)

Nacimiento: Cieza (Murcia), 25 de marzo de 1910
Profesión religiosa: Gerona, 4 de agosto de 1929
Ordenación sacerdotal: Madrid, 16 de marzo de 1941
Defunción: Villena, 1 de febrero de 1979

Don José Mª Baquero nació el 25 de marzo de 1910, en Cieza (Murcia). Entró en contacto con los salesianos en 1921, cuando su familia se trasladó a Buenos Aires (Argentina). Allí conoció a los salesianos y llevó siempre consigo una mención honorífica alcanzada en su colegio.

En 1924, tras la muerte del padre, volvieron a España. Ese mismo año entró en el aspirantado de El Campello, hizo el noviciado en Gerona, donde profesó el 4 de agosto de 1929; allí mismo realizó los estudios de filosofía, y el trienio en Rocafort y Sarrià. En Carabanchel Alto (1934) inició los estudios de teología, interrumpidos por la Guerra Civil. Terminada esta, reanudó sus estudios teológicos y recibió la ordenación sacerdotal en Madrid, de manos de monseñor Eijo Garay, el 16 de marzo de 1941.

Don José fue un salesiano singular, dotado de un entusiasmo fogoso y un corazón de oro. Pasó derramando su entusiasmo y su bondad por Barcelona (Rocafort, Sarrià), Ciutadella, Pamplona, Mataró, Alicante y Valencia-Calle Sagunto. Pero fue Villena la que le tuvo de 1943 a 1945 y desde 1960 hasta su muerte. Era la ciudad en la que quería morir. Y en ella murió el 1 de febrero de 1979, a los 68 años.

Los años de la Guerra Civil, vividos en plena juventud, le sirvieron para demostrar el amor a su vocación salesiana y su entrega servicial a todos los hermanos, a los que ayudó de mil maneras, y de lo que se sentía orgulloso, en las innumerables anécdotas que rememoraba en comunidad.

Y así de entregado y generoso lo sería a lo largo de su vida salesiana: no en vano se afirmó que su vida fue un tejido de ternuras y vehemencias. Porque su carácter fogoso y su corazón de oro se exaltaban fácilmente por el salesianismo, por la patria, por el bien de sus alumnos, por sus almas…

Don José María, por encima de todo, se sentía sacerdote y salesiano. Su labor sacerdotal se manifestaba en el confesionario, al que nunca faltaba en las horas señaladas; en la visita a los enfermos; impartiendo los sacramentos (¡a cuántos antiguos alumnos casó y bautizó a sus hijos!); en la predicación y en la eucaristía celebrada con gran devoción (que nunca dejaba de celebrar, ni siquiera en los días de viaje, aunque fuera privadamente en su habitación).

Como educador salesiano, supo entregarse totalmente en mil iniciativas llevadas a cabo en clase, en el teatro, en paseos, en reuniones, en horas de confesionario, hasta el final de su vida.

Amaba a María Auxiliadora y a Don Bosco con un amor sencillo, hecho de pequeñas cosas, pero profundo a la vez, no exento de ardientes defensas frente a ciertas tendencias de la teología contemporánea, sospechosas según su gusto, especialmente en temas marianos.

Su carácter franco, siempre dispuesto al servicio, le granjeó el afecto de las personas que le trataron, como quedó demostrado en las manifestaciones de dolor y cariño con ocasión de su funeral y entierro en la ciudad de Villena, cuyo alcalde afirmó: «Deja hondas huellas de una cristiana labor educadora, cuyo recuerdo será imborrable para los villenenses».