Roldán Mariscal, Julián

Julián Roldán Mariscal

Coadjutor (1948-1979)

Nacimiento: Cuenca, 25 de febrero de 1948
Profesión religiosa: Godelleta, 16 de agosto de 1966
Defunción: Alcoy, 10 de marzo de 1979

Nació el 25 de febrero de 1948 en Cuenca, estudió tres años de bachillerato en el colegio salesiano de su ciudad y marchó después al aspirantado de El Campello.

El 15 de agosto de 1965 inició el noviciado en Godelleta y profesó el 16 de agosto de 1966. A continuación, cursó allí mismo los tres años de estudios filosóficos, realizó el tirocinio práctico en Ibi y los estudios de teología en Martí-Codolar (1972-1976), pero no se ordenó.

Después lo destinaron a Alcoy-Juan XXIII, donde desempeñó el cargo de coordinador de EGB.

No presentaba aparentemente ninguna enfermedad y, con sus 31 años recién cumplidos, era toda una promesa de futuro por sus ganas de vivir y por sus proyectos e ideales. En la eucaristía del sábado día 10, Julián acompañó los cantos con su flauta y en la plegaria de los fieles pidió para que en la actividad deportiva de ese día en el patio todo fuera bien. Era el animador del deporte escolar.

Toda la mañana la pasó en el patio en medio de los jóvenes, animando un encuentro deportivo entre nuestro colegio y el de los hermanos de La Salle. Después, al acabar un partido de fútbol informal en el que él tomaba parte, dijo: «Vamos a descansar», e inmediatamente cayó fulminado por un paro cardíaco. Rápidamente fue trasladado al hospital cercano al colegio, pero nada pudieron hacer los médicos. Era el 10 de marzo de 1979; Julián tenía 31 años de edad.

Por expreso deseo de sus padres, sus restos mortales fueron trasladados a Cuenca, su ciudad natal, acompañados de su familia y salesianos de la comunidad, después de que en el colegio se le rindiera un homenaje de despedida hondamente sentido por quienes le conocían y habían disfrutado de su jovial compañía.

Julián, aunque de porte serio, se distinguía por su amabilidad y buen trato, lleno de cordialidad y comprensión. Asiduo a la oración y a la vida comunitaria, ponía su tono de alegría juvenil en la casa. El sentido austero de sus costumbres quedó reflejado en su propia habitación, donde no se hallaron más que las cosas más imprescindibles, con muchos de sus apuntes tomados en folios ya usados. Solo le preocupaban los jóvenes y las vocaciones, que procuraba alimentar en un grupo de fe que había formado y animaba.

Trece años de vida religiosa fueron suficientes para dejarnos un ejemplo de verdadera entrega a Dios y a los jóvenes. Las circunstancias de su muerte, mientras jugaba en el patio, nos hicieron recordar la frase de Don Bosco: «El día que un salesiano muera víctima del trabajo, será un día de triunfo para la Congregación».