José Coll Oliva
Coadjutor (1910-1979)

Nacimiento: Estach (Lérida), 8 de noviembre de 1910
Profesión religiosa: Sarrià, 6 de agosto de 1928
Defunción: Tibidabo, 16 de marzo de 1979
Nació el 8 de noviembre de 1910 en Estach (Lérida). Su vocación debió ser fruto de las giras de don José Castell y el recuerdo de los salesianos de Rialp. A los 16 años dejó las montañas de su tierra e ingresó como aspirante en Sarrià. Allí mismo inició el noviciado y emitió su primera profesión como coadjutor, el 6 de agosto de 1928.
Trabajó en Huesca-San Bernardo (1928-1940) como cocinero, iniciándose como maestro de pequeños. Después estuvo también en Zaragoza (1940-1941), Alicante (1941-1942) y Alcoy (1942-1951), donde llegó a tener 77 alumnos en clase.
El 7 de septiembre de 1951 llegó a Mataró (1951-1967) y se encargó de la clase de ingreso. Pasó finalmente al Tibidabo (1967-1979), donde murió de infarto el 16 de marzo de 1979.
Alcoy y Mataró fueron sus dos mejores etapas. También se encargaba de la venta de pequeñas chucherías a los alumnos y atendió luego el primer bar que hubo en la inspectoría. Los chicos le pusieron el sobrenombre de «El rico», que él aceptaba con humor.
En el Tibidabo su deseo de ser útil diversificó su metódica actividad: suplir al ascensorista, atender la venta de recuerdos, retirar y contabilizar las limosnas, despachar el correo, llevar las cuentas de la escolanía, vigilar al público. A su ritmo, sin prisas, pero llegaba a muchas cosas, especialmente a las prácticas diarias de piedad.
Sereno y atento, con su punto de humor, era una persona que difundía paz. Sembrando paz, proseguía su vida salesiana de sencilla piedad y sosegada actividad. Era un salesiano sin aristas, que se hacía querer de todos, discreto, fiel, humilde, devoto de la Virgen y entregado a la voluntad de Dios.
Acababa de despedirse de la comunidad y marchaba a Reus (Tarragona) para ver a sus familiares. Sacó el billete, se acomodó en el tren y, mientras esperaba la salida, le sorprendió un infarto de miocardio. Había bajado de las montañas de Lérida para ser bien pagado; y sin duda el Señor, como prometió Don Bosco, le compensaría al siervo bueno y fiel con lo prometido: pan, trabajo y paraíso.